Las mujeres nos quejamos de las leyes que nos impone la sociedad, como el lucir perfectas, el estar producidas, depiladas, ser educadas, delgadas, ordenadas e intentar llegar a una especie de perfección surrealista, que nos provoca una frustración inevitable al ver que resulta una meta inalcanzable e imposible. Lo único que hacemos, en la mayoría de los casos, es quejarnos sin cesar de lo injusta que es la vida, y pocas veces, nos la rebuscamos para mejorar nuestra situación. Y por eso, no nos fijamos en el sexo opuesto, en los hombres.
Si bien los hombres tienen muchas ventajas por sobre las mujeres, no solo socialmente, ya que estamos regidos en un mundo machista, sino también físicamente, ellos tienen una ley que me resulta, a mi parecer, más terrible que todas las que tenemos nosotras.
Ellos se esconden bajo un disfraz de mármol, del que no deben salir porque pasan automáticamente a ser juzgados por sus pares. No pueden expresar sus sentimientos, porque les resta varonilidad, por eso, la mayoría finge indiferencia hacia los hechos que ocurren en su vida. El hombre esta destinado a ser el frío, el que no siente, la piedra, y probablemente, estén todos resquebrajados por dentro, desesperados por conseguir un hombro donde llorar, o alguien que este dispuesto a escuchar los sentimientos más emotivos que hay dentro de ellos.
En el mundo de los hombres, las reglas del juego son muy distintas e igual de complicadas que las del reinado femenino.
Otro punto que habría que criticarle a la sociedad, y que seguramente, nunca nadie ponga interés en cambiar.
Todos sabemos que es más fácil tratar con un humano, y no con una roca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario